Asesoramiento Filosófico Sapiencial

«Cuando hemos llegado a ser capaces de formular la pregunta, es que la respuesta ya está cerca»

Ralph W. Emerson

Para muchos filósofos de Occidente y de Oriente (como, por ejemplo, Epicteto, Sócrates o Nisargadatta), el diálogo ha sido el medio por excelencia de transmisión y de indagación filosóficas.

Los diálogos filosóficos que estructuran las consultas de asesoramiento filosófico son un vehículo para el autoconocimiento profundo; para comprender la realidad y comprendernos a nosotros mismos; para examinar nuestras ideas, valores y fines; para iluminar, con hondura filosófica, tanto nuestras dificultades, anhelos y retos cotidianos como las grandes cuestiones existenciales; para desarrollar nuestra capacidad de aceptación; para examinar nuestros vínculos y desarrollar una conexión amorosa y comprometida con nuestro entorno; para conocer, saborear y vivir lo que realmente somos.

Son, asimismo, un modo de encuentro humano basado en uno de los motivos más bellos y nobles que puede unir a dos personas: la búsqueda desinteresada de la verdad.

El asesoramiento filosófico es un espacio de encuentro en el que un filósofo acompaña a sus interlocutores en una indagación dialogada orientada a clarificar  sus preguntas, retos e inquietudes existenciales, así como a favorecer su autoconocimiento, siempre desde una perspectiva filosófica,

El filósofo asesor es una persona con formación filosófica que confía en la capacidad transformadora de la filosofía, pues la ha verificado en sí mismo, y que, por tanto, se siente capacitado para proporcionar a las personas o grupos con inquietudes de trasfondo filosófico una ayuda efectiva.

El filósofo asesor es un facilitador de la reflexión, de la vida examinada, una reflexión no paternalista y no jerárquica que respeta y fomenta la autonomía y la responsabilidad sobre sí mismos de sus interlocutores, y que no se ordena a fines utilitarios sino a ayudar a vivir con más conciencia, claridad y profundidad.

Si bien la principal vertiente de esta actividad es individual (la consulta privada de filosofía), su campo de acción se extiende también a grupos y a organizaciones.

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Asesoramiento filosófico personal

El asesoramiento filosófico personal es un proceso de acompañamiento en el que que un filósofo y su interlocutor entablan un diálogo confidencial de naturaleza filosófica orientado a que este último clarifique por sí mismo, con la asistencia del filósofo asesor, sus inquietudes existenciales.

En este diálogo, el filósofo ayuda al asesorado a ir tomando conciencia de sus vivencias y a expresar ante sí mismo las ideas y supuestos latentes en ellas con precisión y claridad conceptuales, haciéndose cargo de este modo de sus concepciones básicas sobre la realidad y de las implicaciones que conllevan, y detectando las contradicciones, falacias o deficiencias de justificación de las mismas. El filósofo asesor no busca en la infancia remota el origen, casi siempre dudoso, de conflictos actuales, sino que se centra sobre todo en iluminar con el poder del discernimiento y del pensamiento crítico y riguroso los planteamientos del consultante inadvertidamente operativos hoy en su economía psíquica y en su mundo interior —y que se gestaron en momentos pasados en los que no podía haber, o de hecho no hubo, control reflexivo por parte del sujeto de sus experiencias—. Paralelamente, el filósofo lleva a cabo una labor mayéutica mediante la cual favorece que el asesorado entre en contacto con sus mejores posibilidades, descubra desde su propio fondo nuevas comprensiones y horizontes de sentido, y elabore y encarne una filosofía personal propia y madura.

El filósofo asesor no ofrece soluciones ni respuestas, pues el fin del diálogo filosófico no es el remedio que aplaque un malestar o la receta que nos indique infaliblemente cómo debemos actuar en una situación determinada, sino el descubrimiento de la verdad propia, y este descubrimiento es estrictamente personal. En la consulta se pueden traer textos o ideas filosóficas que den material para pensar y que aporten nuevos enfoques, pero el propio consultante ha de encontrar sus certezas y no aceptar nada bajo la sugestión de la autoridad.

Los filósofos asesores parten del supuesto de que muchas inquietudes o conflictos cotidianos que nos afligen tienen una raíz filosófica: están asociados a nuestras concepciones básicas acerca del mundo y de nosotros mismos, y sobre la felicidad, el deber, el amor, etcétera. Para afrontar estos retos, por tanto, hay que hacer filosofía (la nuestra propia, la de cada cual), y el facilitador que nos ayude en esta tarea conviene que esté respaldado por el conocimiento del riquísimo acervo histórico de la reflexión filosófica, que sea diestro en el manejo de los métodos filosóficos y que, sobre todo, haya integrado en sí mismo las actitudes filosóficas. Todos deberíamos tener a nuestra disposición las inapreciables enseñanzas de la tradición de pensamiento que, durante muchos siglos, si bien a veces prácticamente enterrada por la filosofía más académica o erudita, ha seguido íntimamente conectada con la existencia.

El filósofo asesor ayuda, por tanto, a llevar a cabo a fondo, con rigor y con un método adecuado, lo que todo individuo que quiere vivir humanamente hace a diario: examinar su propia vida. Se ofrece, por tanto, como un apoyo para aquellas personas que quieran y necesiten meditar sobre su propia vida concreta y sobre sí mismas con el fin de comprender, comprenderse y mejorarse: no ha sido otra la tarea histórica más característica de la filosofía.

 

A quiénes y a qué situaciones se dirige

Todos filosofamos en nuestra vida cotidiana, por lo que prácticamente todo el mundo puede, en principio, acudir a una consulta de asesoramiento filosófico y beneficiarse de ella. Los únicos requisitos que ha de satisfacer el asesorado son que no tenga mermadas sus capacidades cognitivas y que sienta el deseo sincero de abrirse a la filosofía.

A la consulta suelen acudir personas enfrentadas a la dudas, dificultades y búsquedas que acompañan al hecho de vivir, tales como: confusión o desorientación; incertidumbre con respecto a cuál es su lugar o función en la vida, o a cuáles son sus verdaderos roles y responsabilidades; dilemas éticos o dudas sobre la forma correcta de actuar en una determinada situación; falta de recursos internos a la hora de afrontar situaciones personales límite (una enfermedad grave, un pérdida significativa…) o realidades existenciales como la soledad, la decadencia física, la vejez o la muerte; problemas de relaciones (dificultades para aceptar a los otros tal como son, para comunicarse productivamente con los seres queridos…); sensación de sinsentido o de futilidad; etcétera. También acuden personas que no tienen dificultades especiales pero quieren profundizar en algún aspecto de su pensamiento y de su vida, o bien personas que, interesadas en su autoconocimiento profundo y en su pleno desenvolvimiento, quieren conocer cómo la sabiduría de todos los tiempos ha abordado y cimentado estas tareas.

 

Dinámica de las consultas

Las consultas pueden ser presenciales o tener lugar a través de videoconferencia, suelen tener una duración de una hora u hora y media y una periodicidad semanal o quincenal, y suelen extenderse a lo largo de unos pocos encuentros o hasta un par de años.

Asesoramiento filosófico a grupos

El asesoramiento filosófico, además de a particulares, también se destina a grupos. Dentro de este sector destacan los diálogos filosóficos y los talleres filosóficos.

Los diálogos filosóficos son encuentros, coordinados por un filósofo, que versan sobre algún tema existencial de carácter universal que se puede elegir con antelación. Hay diversos modelos de organización de esta actividad, pero en todos ellos se intenta que el diálogo fluya de manera libre, sin excesiva reglamentación ni dirección por parte del filósofo facilitador, quien ofrece pautas para favorecer que el encuentro resulte, en la medida de lo posible, un auténtica indagación dialogada. En ocasiones, el filósofo da un impulso inicial,  anima principalmente mediante preguntas, y mantiene centrado el encuentro procurando que éste siga las reglas básicas del diálogo genuino y eficaz. La finalidad de los asistentes debe ser la investigación veraz sobre el tema propuesto, aportando cada uno lo que crea que puede aportar y enriqueciéndose de las aportaciones de los demás. En otras ocasiones, el filósofo imparte una charla inicial que precede al diálogo y lo inspira. 

Los talleres filosóficos, a su vez, se diferencian de los diálogos en que el número de asistentes no puede ser muy alto, tienen una duración mayor, los asistentes forman un grupo cerrado hasta la finalización del taller y suscriben un compromiso tácito de confidencialidad y de comprensión mutua; además, está sometido a una mayor exigencia y reglamentación metodológica, con más protagonismo del filósofo asesor en la dirección del mismo.

Asesoramiento filosófico a organizaciones

Por último, también el asesoramiento filosófico puede practicarse con organizaciones e instituciones. La reflexión filosófica, por adoptar un punto de vista sintético —que pone en relación fuentes de información y enfoques muy diversos y quiere llegar a visiones globales— y por plantearse el plano normativo —lo que debe ser, y no sólo lo que es—, puede ser una ayuda también para clarificar los fines y medios de organizaciones (como ONGs, empresas privadas o cooperativas, asociaciones culturales, etcétera) e instituciones (organismos públicos del Estado social, etcétera). El filósofo asesor puede aplicar la metodología de los talleres filosóficos con los miembros de dichas organizaciones e instituciones.

La filosofía, que pasa por ser el saber teórico y abstracto por excelencia, es, observada más a fondo, el saber más imprescindible y el dotado de mayor irradiación práctica, pues todo ser humano depende radicalmente en su modo de existir y de obrar de una forma específica de interpretar el mundo en el que vive.

Nuestra vida es siempre la encarnación de una filosofía. Todos tenemos ya una filosofía personal, elaborada o poco elaborada, fruto o no de la reflexión propia, en la medida en que poseemos una escala de valores, nociones sobre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable, concepciones sobre quiénes somos, cómo debemos vivir, qué es lo realmente importante, cuáles son nuestros límites y responsabilidades, qué podemos esperar de nosotros, de la vida y de los otros, cuál es nuestro lugar en el mundo y el sentido último de nuestra existencia, etcétera. Dicha filosofía personal constituye el bagaje desde el que interpretamos nuestra experiencia; es, por tanto, la que explica el significado que otorgamos a las cosas, personas y situaciones y, consiguientemente, las actitudes que adoptamos ante ellas. Cuando nuestra visión de las cosas es limitada o errada, entra en conflicto con la realidad y experimentamos ofuscación, carencia de sentido y sufrimiento evitable.

A través del diálogo filosófico, el consultante siente reforzada su capacidad de discernimiento, la que le permite deshacerse de aquellos supuestos insatisfactorios o estereotipados a los que no ha llegado por sí mismo y que actúan como una fuente de conflicto y de pérdida de libertad en su vida cotidiana. Aprende, en definitiva, a ser libre, a dejar de ser víctima pasiva de sus hábitos automáticos de pensamiento para tomar lúcida y creativamente las riendas de su existencia.

Los diálogos filosóficos favorecen que transformemos nuestras filosofías irreflexivas y, por ello, deficientes, que nos roban libertad y autenticidad, en filosofías maduras y coherentes, que vayan a favor de lo mejor de nosotros mismos y que promuevan el goce productivo de la vida.